miércoles, 19 de febrero de 2014

19 / 02 / 14


Cornerrollo diario

Puesto que la naturaleza es sabia, parece lógico que  dote a sus creaciones del instinto necesario para su supervivencia. Es por eso que toda especia animal, vegetal o celular tiene como objetivo primario la reproducción. Siendo así, que lo es, siempre me han impresionado aquellas personas que luchan, sea por el motivo que sea, contra un instinto irracional que viene instalado  de serie en su genoma básico.

Pues sí. El celibato me confunde tanto como a Dinio la noche, la mañana, el mediodía y las comidas sin pan. No tanto por las razones que puedan llevar a él, todas me parecen perfectamente válidas, sino por la firme voluntad que se necesita para llevarla a buen término. ¿O quizá no es así?

Con esta pregunta en mente, y por razones que no vienen al caso, hace un mes decidí meterme de cabeza a comprobar de primera mano si es posible una vida sin impulso sexual. Como buen adicto, lo primero fue deshacerme de todo aquello que pudiera hacerme recaer. Las salidas nocturnas no hacían falta suprimirlas, no me como un torrao, y la era digital permite, valga la redundancia, eliminar todo el material pernicioso con un solo dedo.

Libre de tentaciones me dispuse a experimentar este nuevo estado físico y mental. Os lo puedo adelantar. No es nada fácil.

Los primeros síntomas aparecen entre el segundo y el tercer día. Estrés, malhumor, bordería de nivel profesional y pequeños tics que no había sufrido nunca, como el tamborileo incesante de dedos sobre la mesa (¡triquitic!, ¡triquitic!, ¡triquitic!), zapateado continuo (¡Tap!, ¡Tap!, ¡Tap!) y el descubrimiento de la uña del pulgar como sustituto a la comida rápida (¡un Mcuñero, por favor!).

Pasada esta primera etapa de desintoxicación, el cuerpo parece relajarse y abandonar todos estos hábitos recién adquiridos. Las amenazas de muerte, dolor y sufrimiento, no precisamente en este orden, de tus compañeros de trabajo y de piso, resultan de gran utilidad llegados a este punto. Y de repente, te encuentras con una enorme vitalidad y energía que supura por cada uno de tus poros y que no tienes por donde canalizar. Para intentar paliar el problema, recuperas ejercicios perdidos para músculos que desconocías poseer (abdominales, ese amigo invisible, pectorales, ¿se puede vivir sin ellos?) lo que te permite, poco a poco, eliminar la ansiedad e instalarte en un estado de calma Zen.

Y es en ese preciso momento, cuando tu cuerpo vive en ese estado de calma, cuando tu mente se pone en tu contra. Nunca, y repito nunca, había tenido sueños eróticos más vívidos, más reales y más raros que los que empecé a tener a mediados de mes. Ya no sólo por la depravación, me conozco bastante bien para saber y aceptar que soy un guarro sin remedio, sino porque no había ningún tipo de limitación. Personas a las que nunca he encontrado atractivas se me han aparecido e insinuado, criaturas de películas a las que hasta entonces nunca hubiera dado un significado erótico, resultaban excitantes, Pilar Rahola me hizo disfrutar de la sesión sadomasoquista más desinhibida de mi vida…

Y entonces te despiertas y luchas durante un cuarto de hora con tu erecto amigito para poder realizar una micción de puntería controlada (imposible, prepara el mocho). 
Y la cosa no para ahí. Acabas de entrar en la era de la erección sorpresa. Sabes que está ahí, agazapada, esperando. Pero nunca sabes cuándo va a atacar. ¿Será en un espacio público? (lo será), ¿en una reunión de trabajo? (lo será), ¿En un bautizo familiar? (Lo será tres veces). 

Cualquier cosa activará los impulsos cerebrales que ordenan a tu miembro reaccionar con virulencia. Y digo cualquier cosa. Una pierna, un escote, un helado, la sección de herramientas de la ferretería, no hay lugar donde permanecer a salvo. Y tengo suerte (creo que es la primera vez que le llamo suerte a esto) de no ser un hombre desproporcionado, por lo que la mayoría de las veces pude escapar del problema sin demasiada vergüenza, aunque la gente acaba sospechando por tus andares patizambos de jinete escocido.

Pese a todo, decidí continuar hasta completar el mes del que hoy cumplo mi último día. Y no veo la hora de encerrarme en el baño, llenar la bañera con sales y espuma y dedicarme un merecido homenaje (Tranquila, lo limpiaré todo con desinfectante al terminar).

La verdad es que no he sacado demasiadas conclusiones del experimento. Supongo que se necesita bastante más tiempo para confeccionar una teoría válida, aparte de que sólo puedo hablar por una mitad de la población, claro. Lo que sé es que prefiero seguir aliviándome antes de encontrarme de nuevo bajo las cadenas y el látigo de siete púas de Pilar Rahola.

¡Un abrazote! (sin apretar, que soy débil)

P.D. Si necesitáis crema hidratante, no paséis hoy por el Mercadona de las Arenas. Han agotado existencias.

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