martes, 4 de febrero de 2014

04 / 02 / 14



Cornerrollo diario

Estoy harto de escuchar la eterna reivindicación femenina acerca de las tallas de ropa que ofrecen las casas de moda. No porque no sea totalmente legítima y necesaria, no entiendo que mujeres con cuerpos estupendos no puedan lucir su figura más allá de una talla 38, sino porque entre la maraña de quejas nos encontramos los grandes olvidados.

Los poseedores de pies pequeños.

No, no soy un hombre mecedora. Ya sabéis de qué hablo. Tíos que en vez de pies parece que lleven esquís, como aquellas figuritas con peso en la parte inferior que se balancean si los tocas y siempre recuperan su posición vertical. Y estoy muy orgulloso, porque ya sabéis qué dicen de los hombres con pies pequeños (poner aquí un elogio que pueda utilizar en posteriores ocasiones, gracias)________________________________________________

Desde que mi pie alcanzó su medida ideal, siempre he tenido problemas para encontrar calzado de mi talla. Antes, en la antigüedad, en la edad media de las zapatillas deportivas, la era de los orcos y las Jordan, era un problema menor. Siempre podía acceder a la sección infantil y encontrar algo que se ajustara.

Cierto, pasé mi adolescencia (que edad más mala y granada) y la mitad de mis primeros 20 con zapatillas con dibujitos de tigres, spidermans, corazoncitos y purpurina (¡gracias, sección femenina!) y algún que otro Dartacán.  No puedo decir que no fueran chulas, que lo eran, pero destacaban un poco cuando te estabas haciendo el hombre y diciendo delante de tus amigos que ya habías tocado una teta (en el metro, en hora punta, en invierno, con siete capas de ropa por encima, pero pecho al fin y al cabo).

Peor hubiera sido tener que ir descalzo. Más que nada porque entonces debería haber encontrado un perro famélico a juego con mis pies negros con el que pasearme. Y me gustan los perros, todos sabemos la historia de Ricky Martin y la mermelada, pero tengo la piel delicada y odio los callos en general (en el pie, en potaje y en persona).

Y todo hubiera quedado ahí si, de pronto, alguien, una mente preclara y adelantada a su tiempo, su espacio y con pies gigantes, seguro, no hubiera decidido que la sección infantil acabara en la talla 38 y la adulta comenzara en la 40.

Parecía como si el 39 nunca hubiera existido. Los comerciales me miraban interrogantes en las zapaterías. ¿39? ¿Está seguro que alguna vez existió semejante talla? Me invadió la paranoia. ¿Estaría en una especie de Mátrix podal? ¿Habrían menguado mis pies? Peor. ¿Habría menguado algo más de mi cuerpo, algo mucho más importante como (mal pensados…) mi inteligencia?

Los estantes con el 39 seguían allí. Pero estaban vacíos. La respuesta era siempre la misma. Se han agotado. No tenemos. Nunca llegaron. Me señalaban por las calles como los ultra cuerpos chillando ¡39!¡39!¡39!
Y llegó el Decathlon. Con su web y su stock. Y mi vida cambió para siempre. Abandoné la purpurina, a Dartacán y a Willie Fog. Y, sin embargo, mi vida social y amorosa no cambió. ¿Sería cierto entonces, que no se debía a un problema podológico? Ya se verá. De momento salgo por pies de este rollo con un gran

¡Abrazote!


P.D. (noventero) Tampoco me hacen descuento en los masajes de pies. ¡Vergüenza! 

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