viernes, 14 de marzo de 2014

14 / 03 / 14



Cornerrollo (casi) diario


La RAE define la madurez con tres acepciones: 1. Sazón de los frutos 2. Buen juicio, prudencia, sensatez 3. Edad de la persona que ha alcanzado su plenitud vital y aún no ha llegado a la vejez. ¿Por qué esta división? Porque los académicos de la lengua son personas ilustradas, versadas, cultas y, sobretodo, viejos. Lo suficientemente ancianos como para saber que (dejando aparte la Sazón frutera) mezclar la plenitud vital con el buen juicio, la prudencia y la sensatez, no sólo hubiera sido un error, sino también una mentira.  

No. La madurez no significa alcanzar un estado Zen de tranquilidad y de pensamiento. Todo lo contrario. De pronto, las arrugas, la pérdida de la juventud, el deterioro físico, las responsabilidades adultas y la coliflor redirigen sus vectores de dirección aéreos para entrar en colisión. Y aunque se encienden todas las alarmas, aunque las sirenas aúllan con todo su poder “decibélico”, nada puede detener el brutal choque de trenes que termina creando  la tormenta perfecta (sin Clooney que valga), llamada crisis existencial. 

Y el cerebro, el segundo órgano favorito de Woody Allen (y el primero para mí, por desuso del segundo), se encuentra en pleno ojo del huracán. 
Los más avispados, pronto utilizan sus máquinas de contar (dedos) y comprenden, espantados, que haciendo una media global de la esperanza de vida de un ser humano, le quedan menos años por vivir de los ya disfrutados. ¡Primer gancho de izquierdas! 

Otros, sin venir a cuento, un día pasan frente al espejo al que cada día acuden con los ojos rojos e hinchados antes de ir a trabajar y se detienen. Se detienen porque, por un momento, no han podido reconocer la imagen que ese espejo trae de vuelta. Y como toda inspección que se realiza de forma minuciosa (igual que una limpieza debajo del sofá) descubren arrugas, canas, ojeras, patas de gallo o claros donde antes había pelo que juran y perjuran no estaban allí el día anterior ¡Uppercut al mentón y K.O fulminante!

Con el descubrimiento, todo aquel ser tan especial que alguna vez fuimos, aquel que era consciente de su propia existencia, desaparece con la velocidad de un chasquido de dedos.

Y es entonces cuando comienza el comportamiento irracional. Esas apasionadas vueltas al gimnasio de gente que nunca antes había pisado un gimnasio y que cree que el spinning resolverá su problema de puntos negros nasales. 

Los coches caros, los monovolúmenes de última generación, las mamás tanque (¡Jeeps en medio de la ciudad!), los divorcios estúpidos, las divorciadas salidas que celebran cada noche de fiesta como si fuera la última, tatuajes que no quedan bien, piercings en zonas insospechadas, parejas que se llaman entre ellos papá y mamá, voluntad para llevar el sexo a otro nivel probando tríos, quintetos u orgías en los que antes nunca habían estado interesados, utilización de jerga “moderna” en labios de personas que no saben utilizar la “jerga” moderna, resacas de cinco días, teles de 100 pulgadas, dietas de la alcachofa, de la sandía, del pepino, del Kiwi, Atkins, footing decadente, pantalones que no caben, cinturones alza barrigas, fajas para hombres, Bótox, modelitos que sólo favorecen a quien se mira en el espejo y miles y miles de comportamientos erráticos que hacen que nos preguntemos si madurez era el mejor término para definir la etapa en la que nos encontramos.

¡Puf! Vaya párrafo Tour de Force me ha salido. Suficiente para dejarlo por hoy. El Lunes más pero con mucho menos.

¡Un abrazote!

P.D. Acumulando ideas para empezar mi comportamiento errático. Cualquier consejo será escuchado con atención. ¡Sigo siendo deseable! (le dije a mi espejo).

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