miércoles, 2 de abril de 2014

02 / 04 / 14



Cornerrollo (ya casi ni) diario

Hacía tiempo que no pasaba una noche en blanco trabajando. Me había olvidado del estrés y de las diferentes etapas que quemas cuando ves que pasan las horas, crece el cansancio, y sigues necesitando estar enfocado.

Se empieza con un moderado optimismo. Has hecho tus cálculos (siempre alegres) y crees que habrás terminado entre las tres o las cuatro de la mañana. Por supuesto, evitas pensar en los efectos de la sobredosis de café, en las horas fantasma y el viaje psicotrópico setentero que se produce al salir el sol. Eres Naif y lo aceptas. 

Te sientas frente al ordenador (mesa, fórmula 1, Nacho Vidal… cada cuál a sus quehaceres). La sangre bombeando como los bajos de un After (BUM, BUM, BUM), las pupilas dilatadas y cierta sequedad en la comisura de los labios. Eres una máquina bien engrasada. Tienes claro qué has de hacer y cómo debes hacerlo. Y te pones a ello. 

Las horas pasan y llevas un buen ritmo. Te sientes capaz de comerte el mundo. Y hablando de comer… Primeras visitas a la nevera. Se trata más de una visita social que de una necesidad nutricional. No tienes hambre, pero estirar las piernas viene bien y afrontémoslo, hay pocas cosas que hacer en una casa a oscuras. Así que abres la nevera y la oscuridad se desvanece con la anaranjada luz de la puerta de la nevera. Revisión. Margarina, en su lugar. Lácteos, bien blancos. Verduras, consumiéndose. Todo en orden. 

Acabas cogiendo cualquier cosa que no necesite preparación. Una loncha de jamón dulce, de queso, algún yogurt caducado o pegando un mordisco a cualquier resto de comida (por poco apropiada que sea) que aparezca en un tupper. 

¡A currar!

Continúas trabajando, pero el ritmo se enlentece. Llega la primera hora fantasma. Sí, son dos. La primera aparece al rebasar la hora en que generalmente vas a dormir. De pronto, el sueño se apodera de tu cuerpo. Por mucho que hagas, por mucho que te esfuerces, tus párpados caen. El monitor se desenfoca, el motor del fórmula 1 se desvanece, Nacho Vidal se queda flácido. Nada bueno saldrá de lo que hagas durante la hora fantasma.

¿Por qué fantasma? Porque de repente cualquier sombra te distrae, cualquier ruido (que los hay, y muchos, y bien raros) hace que tu cuello gire como un resorte. Iluminado con la tenue luz de una bombilla de bajo consumo, pareces un paranoico puesto de LSD que busca presencias extrañas por toda la habitación.

Es momento de activarse. No puedes escapar de la hora fantasma sentado. Si alguien pudiera grabarte, serían tus minutos de zapping. En la tele aparecerías dando vueltas por la habitación como un puma encerrado en una jaula, haciendo ejercicios de estiramiento que jamás has probado, abofeteándote la cara como un deportista en un anuncio de After Shave… Cualquier cosa puede ocurrir.

Y de igual forma que llegó, la hora fantasma se desaparece. El sueño da paso a una renovada vitalidad. ¡Vuelves a la carga!

Las siguientes horas son extrañas. Por un lado no tienes sueño, pero notas que tus biorritmos van a una velocidad menor de la habitual. No tienes fallos cognitivos importantes, pero formar un pensamiento requiere el doble de tiempo. Es como conversar con un filósofo tartamudo. Interesante y exasperante a la vez.

Todo esto no hace sino alargar el proceso, y ese horario optimista que has calculado se cambia por otro mucho más realista que te indica que sí; vas a pasar la noche en blanco. Puedes notar como tus venas transportan más cafeína que sangre, y cada bombeo del corazón es una bomba de neutrones en tus sienes. Y continúas.

Es entonces, justo cuando estás a punto de terminar, cuando aparece la segunda hora fantasma. Emerge entre las seis y media y siete de la madrugada y es tan sutil como un gorila blanco en un barrio  “afrogorilero”. 

Sin darte cuenta tu cabeza se ha caído sobre el teclado, sobre el cigüeñal del fórmula 1 (¿lo tienen?), sobre el hermano mayor de Nacho Vidal. 
Dependiendo de tu fortaleza mental pueden pasar dos cosas. 

La primera es que despiertes al día siguiente enganchado a la letra K de tu ordenador por una baba viscosa, maldiciendo el no haber terminado, mientras la pantalla se llena de “kakas”. La segunda es que aguantes como un campeón, hagas un segundo round de estupideces que deberían ser grabadas para que las juventudes pudieran observar las nefastas consecuencias de la falta de sueño, superes la hora fantasma, y a eso de las 8 finalices el trabajo.

¿Final feliz? No. Porque superar la segunda hora fantasma tiene consecuencias. Para empezar, aunque te acuestes, no podrás dormir. Tu cerebro funcionará a la mitad de revoluciones durante el resto del día y verás todo lo que ocurre como si pasara a cámara lenta. Tus compañeros de piso, mecánicos, amigos de Nachete, pensarán que tienes alguna tara mental cuando te pases cinco minutos observando fascinado el halo que deja tu mano al moverla frente a tus ojos.  Y al día siguiente despertarás recordando las resacas Kalimotxeras de tu juventud.

Eso, sí. Trabajo terminado. Trabajo entregado. Y… ¡Mira que halo más chulo…!

¡Un abrazote!

P.D. Continúo resacoso… 

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